domingo, abril 06, 2008

bruma de mediodía

lo de la hora ya no importaba tanto, más me preocupaban el calor y la modorra y el recuerdo inevitable de Javiera.
era una típica tarde de domingo, o mañana quizás, de esas que son siempre iguales, donde nunca pasa nadie y las horas pasan silenciosas, subterráneas, como siguiendo un ritmo más allá del tiempo. el calor húmedo me pegaba la camiseta al cuerpo, no había brisa, el aire estaba estancado y así estaba yo también, inmóvil en mi mecedora y concentrado en mis pensamientos. pensaba en la rutina del día siguiente, habían muchas cosas que no había hecho y el lunes se avecinaba como un compromiso pospuesto que no demoraría en sacarme de la calma. de la calma de un domingo caluroso y sin tiempo.
al despertar había mirado la hora y eran las 12 y cuarto. salí al jardín a pesar del calor, vi al cielo completamente despejado y al sol coronándolo en el centro. volví a entrar a la casa, tosté pan y me serví un vaso de leche, me llevé el desayuno a la cama y prendí el televisor. tenía sueño y no tardé en quedarme dormido otra vez. soñé con una mujer de campo, que salía por una de esas puertas que a veces hay en los segundos pisos de los galpones, y que siempre me llamaron la atención por lo misterioso de su motivo, ya que naturalmente no tenía sentido una puerta que diera al aire. en el sueño la mujer se asomaba por esta puerta y caminaba tranquilamente por el aire, si hasta saludaba, como si nada. desperté con la sensación de que mientras dormía, algo se me había perdido.
al despertar miré la hora y eran las 11:47. al principio me llamó la atención, cómo podía ser. pensé que estaba perturbado por el sueño, o el calor, y que miré mal la hora o algo, también pensé que podría ser una de esos cambios de hora a los que nunca estaba atento y que siempre me traían sobresaltos, pero preferí no tomarle mucha atención porque era demasiado extraño como para no tener una razón evidente que no habría de demorar en notar. decidí salir al jardín a ver el día, estaba caluroso, y me imaginé en un desierto o alguna isla caribeña, o algún pueblo en el centro de chile, de esos calurosos donde todos los días son domingo y el tiempo pareciera no pasar. qué día. pero ya me había acostumbrado, desde que Javiera se había ido que las tardes solo no me molestaban y la televisión era mi gran compañera. me había acostumbrado a que el tiempo pasara lento y caluroso y a veces pareciera detenerse.
es preferible no ponerle mucha atención al tiempo, dicen que mientras uno más se concentra en él, más demora en pasar. mañana es lunes, o debería serlo; debería volver a la rutina, volver los días todos iguales, más iguales ahora sin Javiera. sin su frescura, su sonrisa como un vaso de agua que me despertaba de la flojera y el sueño, de la monotonía de los domingos calurosos e interminables y los días todos iguales, en infinito mediodía.

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